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Sitio de Jorge Garrido Alvarez

Sitio de Jorge Garrido Alvarez

Jorge Garrido (La Habana, 1949).

Periodista, escritor. Autor de la novela histórica La Historia secreta de Picasso (2004), publicada en La Habana por la editorial Imágen Contemporánea, presentada en Barcelona, y distribuida en España. Trabajó para diversos medios cubanos, entre ellos la agencia de noticias Prensa Latina. Fue editor de la revista Prisma. Actualmente dirige la revista digital Cubanow, sobre cultura cubana, en inglés (www.cubanow.net).  email:revistajga@hotmail.com

Este sitio está dedicado a presentar materiales, escritos por el autor y otros periodistas, sobre cultura, Cuba, comunicación, historia, literatura, periodismo digital y otros temas. Con el fin de intercambiar ideas, meditaciones, exámenes de situación, vivencias, preocupaciones (muchas) y los enfoques sobre el mundo de hoy.

Este sitio está abierto a las colaboraciones y los comentarios.

 

La historia secreta de Picasso

  Por Jorge Garrido 

    Esta es una historia que nadie quiere contar por razones aún inexplicables. Es una historia excitante, peligrosa, acerca de la vida de los Picassos en Cuba. La suerte de un hombre furtivo durante un siglo, una gran tragedia de amor, una fortuna perdida, un manuscrito oculto, una familia extraviada y decenas de tumbas desaparecidas. Y lo más sospechoso: los vínculos secretos de Pablo Picasso con todos estos hechos oscuros.Este es un libro de misterios. Porque los misterios de esta obra, cuando se esclarecen, conducen a nuevos pasadizos oscuros. Y así, sucesivamente, se vuelven interminables, hasta atraparte en un laberinto.Hoy, Pablo Picasso, el genio de la pintura moderna, acaso el más famoso de todos, sigue siendo el pintor más caro del mundo, un cuadro suyo se vende por 100 millones de dólares,  se han publicado más de 500 libros diferentes acerca de su vida y su obra, y es el artista más difundido en Internet, aunque hace 30 años que está muerto. Quiere decir aún es un fantasma.A este hombre, muchos lo adoran, otros lo odian, y una buena parte de la humanidad no ha llegado a explicarse aún el sentido de sus imágenes, ni por qué revolucionó la pintura de esa manera y rompió sus formas externas. Seres cercanos a él lo culpan de suicidios y muertes inexplicables, y sus mujeres —antiguas musas de los períodos azul, rosa, negro, cubista, surrealista y de cualquier color y tendencia probables— lo veneran o abominan.Sin embargo, la mayoría ignora que este Dios del arte está asociado en un algún punto enigmático con la Isla de Cuba. Existe lo que se ha dado en llamar la conexión cubana de Pablo Picasso. Y no conocen lo que hay detrás de este enlace oculto porque el misterio de esta asociación ha quedado hundido en el silencio durante decenas de años.Los misterios de esta historia no comenzaron con Pablo Picasso, sino que se remontan incluso a cerca de 1780, y sus hechos iniciales resultan ajenos al propio pintor, quien naciera en 1881 y muriera en 1973. Esta historia enigmática no se inició en París, donde viviera y falleciera el artista, ni tampoco en España donde naciera y transcurriera su primera juventud.Esta historia comienza —cien años antes de que naciera Picasso— en un punto desolado de la Isla de Cuba: una hacienda olvidada de Sagua la Grande atravesada por un hermoso río del mismo nombre y muy cerca de  una bella costa: Isabela de Sagua. Y la parte final de la trama, precisamente donde se pierden todas las pistas, transcurre en otro sitio fastuoso: la ciudad de Cienfuegos, al sur de la Isla, fundada hace casi dos siglos por franceses, y a los pies de una hermosa bahía, la más tranquila y sugestiva de todas. Alguien vivo aún afirma que el artista realizó un viaje secreto a Cuba a buscar los rastros muy ocultos de los primeros Picassos. Sin embargo, los biógrafos del gran pintor ponen en entredicho esta posibilidad, y alguno asegura resuelto que fue imposible este viaje. Pero la leyenda siempre ha de tener una parte de la verdad y nadie puede negarles a los habitantes de Sagua la Grande que hayan visto y sigan viendo el fantasma de Pablo Picasso atravesar sus callejuelas. Los secretos de esta leyenda acerca de la suerte corrida en por los Picassos cubanos y especialmente sobre el destino final del abuelo de Pablo Picasso, nombrado Francisco Picasso Guardeño, quien vivió, murió y está enterrado en una tumba desolada del cementerio de Reina de Cienfuegos, se desdoblaron a lo largo del tiempo como un incomprensible conflicto hasta convertirse, con el correr de los años, en una conspiración que se ha extendido hasta nuestros días y que aún no ha concluido. Esas acciones que formaron parte de un gran complot obligaron a organizar a través del tiempo otro mayor complot para que la verdad permaneciera celosamente escondida hasta hoy: el complot del gran silencio. Era preciso que todos los que iban conociendo los hechos, o parte de ellos, se callaran para siempre, no importa que tropezaran con la verdad de manera accidental o intencional.Lo peor es que todos se sumaron, de una forma o de otra, al mutismo y nadie sabe la razón de que obedecieran a ese designio. Tampoco se conoce exactamente quiénes se han encargado de hacerlo cumplir hasta hoy.De hecho, muchas personas se iban involucrando en esa historia tenebrosa, aunque no lo quisieran. Pablo Picasso debió haber sido uno de ellos. Una de sus víctimas. Lo peor es que muchas otras personas se siguen implicando con sus ocultaciones  hasta nuestros días sin que nadie pueda evitarlo.Yo también caí en la trampa. Me sentí atraído por sus misterios y rápidamente sentí la tentación de investigar la historia a fondo y paralelamente escribirla. De esta forma fui organizando un libro basado en el copioso material reunido durante tres años de fatigosa y apasionada investigación: miles de legajos, cartas, manuscritos, actas de aduana, fe de bautismo, órdenes de enterramientos, testamentos, actas de matrimonio, confesiones, atestados, partidas y poderes generalísimos.Llegué a conocer, palmo a palmo, todas las tumbas del Cementerio de Sagua la Grande, y a registrar todos los nombres posibles que pudieran asociarse con los trágicos sucesos. Leí y releí enormes volúmenes en el Archivo Nacional de Cuba y en los registros de iglesias, cementerios, oficinas públicas y aduanas de varias ciudades del país. Debieron ser varias decenas de miles de páginas.Llegué a sentir que alguien estaba rondándome cerca, con negras intenciones, por lo cual hurgaba con premura y al mismo tiempo escribía con urgencia, como si tuviera que entregar ese mismo día el material escrito al jefe de redacción de un diario. Y así lo hice durante tres años fugaces y tormentosos en los cuales dormía la mitad de la noche y hacía cualquier cosa para mantenerme vivo.Pero, les voy a confesar lo que verdaderamente ocurrió. Esta obra que van a leer fue impedida de publicar dos veces de forma muy extraña. Y se escribió en tres ocasiones. La última vez —es decir, la que corresponde a esta edición—, tuve que redactarla nuevamente cambiando escenas, situaciones, el propio título, gran parte de la trama y hasta ciertos personajes, para que, al final, saliera a la luz un libro muy diferente al anterior sin dejar de relatar la verdad y salvar de esta manera los derechos de autor que correspondan a una nueva obra. Se trata ahora de una nueva pieza.Y lo mejor: todo es sospechosamente cierto.       La primera vez que empecé a escribir la historia fue en la primavera del 2001; entonces una Editorial española, cuyo nombre me reservaré durante algún tiempo, se arrepintió de imprimirlo, cuando ya estaba muy cerca de firmar el contrato de publicación. Razones muy confusas rodearon aquel suceso. No me di por vencido y terminé por no creer lo que los editores me estaban asegurando que había ocurrido. Comencé nuevamente por el principio, buscar otra Editorial extranjera que se atreviera a enfrentar los obstáculos. Entretanto seguí investigando, descubriendo hechos espeluznantes, y fui, sin darme cuenta, rescribiendo el libro, añadiendo nuevos datos, escenas, hipótesis, situaciones y personajes. En conclusión, terminó siendo un nuevo libro con un nuevo título.Hasta que cinco meses después, una Editorial muy prestigiosa en un país latinoamericano, decidió editarla muy rápidamente, en un gran acto de valentía, sin atemorizarse con el misterio que embargaba a la historia y al propio futuro libro y las conexiones extrañas con un enemigo invisible que no se dejaba ver, pero que actuaba con gran efectividad. Fui, muy claro con ellos: si lo publican, corremos, ambos, todos los riesgos posibles. “Vamos a hacerlo cuanto antes, en tres meses estará lista la traducción y la edición, me aseguró sin temor alguno, Sergio de Souza, el famoso intelectual y editor brasileño.También se publicaría en Cuba rápidamente a cargo de la Editorial José Martí por decisión de las autoridades culturales del país. La Editora extranjera aceleró el trabajo de edición y gastó dinero en la promoción de la obra. La presentación pública estaba fijada para el 2 de diciembre del 2002. Un poderoso canal de televisión por cable me hizo unas entrevistas en los escenarios de la historia. Recorrimos el embrujo de aquellos sitios del interior del país sobrevivientes a la época donde vivió el abuelo de Picasso. Todo estaba listo para que el libro se publicara, había reservado el billete de avión para asistir a la presentación de la obra. Incluso un diario brasileño adelantó la noticia. Los misterios de Picasso saldrían a la luz. Un importante artista diseñó la cubierta del libro. En la prestigiosa revista Caros Amigos apareció un reportaje mío con un largo relato acerca de los hechos. Llegué a tiempo para ver como se vendía en una céntrica avenida de Sudamérica la publicación que anunciaba en tapa ese material periodístico y la próxima salida del libro. Varias personas comprometidas con la historia y su aparición pública viajarían desde Cuba para asistir a la presentación. Las invitaciones estaban cursadas. La pieza se presentaría en una de las mayores ciudades del continente. Al fin, se produciría esa maravillosa transformación de la obra escrita en libro impreso. Sin embargo... cinco días antes de viajar, ocurrió un hecho inesperado, un suceso extraño, misterioso, traicionero. Por pudor no debo contarlo en este espacio. Un fenómeno ajeno a mí y a la Editorial brasileña Casa Amarela, de São Paulo, que asumió siempre una posición responsable, valerosa y limpia. Pero de cualquier manera era imposible imprimirlo. Una mano oculta volvía a impedir que la pieza saliera a la luz. El libro no podría publicarse, aunque este autor y la Editorial deseaban hacerlo y habían empleado no pocos recursos. Viví momentos difíciles muy cerca de la frustración. ¿Será posible que puedan impedir por segunda vez que el libro aparezca?, me pregunté casi alucinado.Quedaba de nuevo con la obra entre las manos, como un gran fardo misterioso, atrapada en un ordenador sin alcanzar el reino público de la literatura impresa.Por segunda vez, el volumen no saldría a la luz cuando estaba a punto de suceder. Definitivamente tendría que escribir la pieza por tercera vez. Había surgido una  madeja de traiciones y hechos oscuros en torno a la novela.Para tratar de explicar lo ocurrido un amigo me dijo: “Deben ser muchos los secretos que intentas revelar en esa pieza. Parecen despertar temores muy profundos —agregó— para que algunas personas se empeñen de esa manera terrible en que no se revele la historia. Además —añadió—, tienen que ser gentes muy poderosas las que lo impiden”.¿Por qué tanto afán en que el libro no aparezca?Hace muy poco leí una carta cursada hace más cerca de 90 años y que milagrosamente ha sobrevivido en la cual alguien revelaba sin proponérselo o con otro fin una cantidad de hechos ocurridos acerca de los misterios de Picasso en Cuba. Era una carta de amor que despejaba sin procurarlo una serie de incógnitas ajenas a esa pasión. Sentí escalofrío al constatar como lo que relataba la misiva coincidía en buena parte con los hechos recreados en esta pieza.Aunque siempre me apoyé en documentos reales, como escritor en muchos momentos de la obra, necesité cubrir artísticamente ciertos abismos insalvables de la historia, imaginarme atmósferas, detalles, objetos y frases, y recrear algunas escenas. Pero la realidad logró ser más imaginativa que la propia imaginación. No obstante, aún falta un documento esencial, tal vez una confesión de uno de los Picassos a unos pies de la muerte, y nadie quiere revelar que lo tiene, aunque de seguro estuvo en manos de una persona cercana a los hechos, y hoy en día acaso lo esconde algún descendiente lejano, por lo que hasta este momento se considera técnicamente como un documento extraviado pero seguramente existente. Una persona en la ciudad de Sagua la Grande me confesó antes de morir: “es mejor para tranquilidad de todos que ese papel nunca aparezca”.Después de haber husmeado tantos expedientes y analizado todos los hechos hasta en sus mínimos detalles, pudiera rescribir al pie de la letra ese documento raramente perdido. Sospecho que me lo sé de memoria, aunque nunca lo he visto.Lo importante es que todo lo que se cuenta en esta obra ocurrió o pudo haber ocurrido de manera muy parecida a como se relata, según dictan o sugieren los viejos manuscritos. Por último, el libro llega hoy a su fin y se publica venciendo todos los enemigos invisibles que durante dos años han impedido que vea la luz y burlando todas sus maldiciones.Mas, lo peor que puede suceder me lo dijo un amigo: “Lo más probable es que nunca puedas revelar toda la verdad y no haya más remedio de que reserves algunos de sus misterios dentro de ti y vivas con sus fantasmas para siempre a tu alrededor”. El Autor
      

Manuel Lóipez Oliva: ?Cómo se siente un pintor cubano exponiendo en Estados Unidos?

Por Jorge Garrido 

El pintor cubano Manuel López Oliva causó semana atrás un cierto revuelo en Estados Unidos. Una exposición suya abierta en The John Slade Ely House, Center for Contemporary Art, de New Haven, Connecticutt, atrajó a un numeroso público integrado por artistas, estudiantes, académicos y hasta políticos norteamericanos.¿Qué despertó tanta atención al público norteamericano?De cualquier forma resulta una novedad que en momentos tan críticos en las relaciones entre Cuba y Estados Unidos, un pintor cubano eluda el bloqueo de Washington y cruce la línea que marca el gran cerco a la Isla.Delante, tengo a Manuel López Oliva, en su apartamento habanero, desde donde siguió el curso de su exposición a larga distancia, leyendo las noticias que le envíaban amigos y su representante en Estados Unidos. El gobierno norteamericano no le concedió visa para asistir a la apertura de su muestra.La muestra ha concluido. Ahora, desde La Habana, el pintor reflexiona sobre lo que sucedió. Razones, obstáculos, impactos.–Manuel, tu obra fue vista en un  centro de arte contemporáneo en Estados Unidos. ¿Esto significa una excepción en la pintura cubana o acaso un acontecimiento? ¿Podrá repetirse en estos momentos tan calientes en las relaciones entre los dos países? -Que un artista cubano de la plástica exhiba en Estados Unidos no es ninguna excepción, como tampoco lo es mostrar sus creaciones en Francia, Suecia, Mónaco, Japón o Brasil…Una de las características de la creación artística cubana es su capacidad de proyectarse hacia el  mundo y  establecer vínculos enriquecedores con éste. En breve entrevista anterior aparecida en  Cubanow, me referí de modo escueto a las relaciones históricas entre el arte visual cubano y su parigual norteamericano. Con determinada constancia, a partir de 1942, la pintura ,el dibujo y algo de la escultura de Cuba estuvieron exponiéndose en museos y galerías de los Estados Unidos, y llegaron a participar de importantes colecciones de esa nación. En diferentes momentos hubo profesionales de la plástica que estudiaron allá y hasta se quedaron a vivir, por distintas causas, articulándose dentro del  panorama multinacional del arte típico de aquel contexto. Debido al llamado “diferendo” político entre la pequeña isla y la enorme tierra norteña, la presencia de obras  cubanas en el correspondiente circuito  de EE. UU, se hizo más difícil, indirecta y  esporádica. No obstante, el coleccionismo  individual, el negocio con "mercancías" artísticas y la búsqueda curatorial de nuevas propuestas para los centros de arte norteamericanos, han hecho posible—desde el segundo lustro de los ochentas—un nuevo proceso de participación de lo hecho por artistas de acá y de los mismos autores dentro del contexto cultural de U.S. A. Algunas de mis obras llegadas allá con anterioridad, también a raíz de esta última etapa, pertenecen hoy a colecciones privadas, institucionales y de museos.Otros artistas cubanos vivos que aquí permanecen han expuesto también  en Estados Unidos. Algunos en muestras de museos.  Pero la mayoría en galerías—sobre todo de La Florida y los Estados del sur-- cuyo propósito principal y casi único es vender, de manera que como suceso se han sumergido en la urdimbre de intenso y gigantesco mercado que allá tiene acción cotidiana.Lo que distingue a mi pasada y reciente exhibición en The John Slade Ely House. Center for Contemporary Art,de New Havennn, es sobrepasar  la función museográfica o la comercial estrictas, para adquirir condición de propuesta integral para el estudio, la relación dialógica directa con  los espectadores y  hasta el debate, básicamente del sector universitario. La exposición está integrada por obras que corresponden en tiempo a lo que en Cuba hemos llamado el “Período especial”, así como por un video sobre arte –Paradojas del Deseo-- basado en mi poética creadora y realizado por el cubano Juder Laffita, que acaba de ser premiado en el Festival de la Televisión-2006 de nuestro país. Paralelamente se desarrollan conferencias y  encuentros con el público, no sólo acerca de mi trayectoria artística y  signos específicos, sino a la vez sobre el contexto cultural y social donde trabajo, mis posibles vínculos con el arte latinoamericano y otros asuntos que puedan tener una determinada conexión real o simbólica con mi  lenguaje pictórico.  La muestra no se distancia de Cuba, ni tampoco  reproduce sus visiones literalmente, sino que la integra de manera compleja. Por eso el título: Cuba, Myth  & Masquerade. Lo cierto es que en el ambiente de una ciudad de castillos y construcciones de tipo aristocrático, con un silencio y orden que imagino…. una exhibición a la que acuden constantemente personas de varios tipos, que hablan y discuten frente a las visiones de las pinturas expuestas o al salir de la sala donde se proyecta el video, que participan de las conferencias y conversatorios complementarios, llega a convertirse casi en un espectáculo. Esa suerte de grito reconocible en mi pintura de título Monólogo, que fue tomada como emblema gráfico de la exposición por la diseñadora Kathleen Martin, resume lo que ha sido ese suceso artístico en aquel sereno paisaje.No podría adelantar la certeza de que allá vuelvan a producirse o no nuevas exposiciones en lo que llamas “estos momentos tan calientes”. La realidad siempre tiene su costado inusitado. Desde hace años los vínculos entre Cuba y Estados Unidos se han mantenido entre lo más y lo menos caliente. Pero los posibles “vasos comunicantes” del arte y de la cultura poseen, igualmente, sus canales autónomos para trascender fronteras. Por ello no dudo que nuevas obras o nuevos artistas puedan exhibirse allá, abrir nuevas expectativas sobre nuestro medio cultural, y revelar la verdad de lo que somos y hacemos los artistas cubanos que  vivimos y creamos en el espacio geográfico donde hemos nacido. –¿Cómo se siente un pintor cubano exponiendo en Estados Unidos? ¿Cómo un ser raro?   ¿Una persona que logra romper el gran cerco del gobierno norteamericano a la Isla? Y en términos artísticos: ¿Un osado o privilegiado? ¿Un intruso? ¿Un incomprendido? Siempre he pensado que un artista es no sólo individuo de un país determinado, sino a la vez ciudadano del mundo. Eso creo también de los hombres que se ocupan de otras funciones y tienen otras profesiones. Por eso en mi pensamiento y en mi obra han regido principios humanistas, universales, de unidad esencial entre todos los que pueblan nuestro planeta. A partir de esa perspectiva, exponer en los Estados Unidos es una consecuencia lógica de la proyección de mi trabajo personal de artista cubano. No lo creo un milagro, ni lo considero una meta. Es más bien un resultado y una necesidad. Hablemos claro: ningún artista o crítico de arte, curador o coleccionista, marchand o estudioso con información ignora que desde finales de la Segunda Guerra Mundial el circuito de exhibición y mercado de los Estados Unidos se convirtió en paradigma y “bolsa de valores” para la circulación de las artes plásticas a nivel mundial.  De ahí que -díganlo o no- todos los creadores aspiren a medirse y abrirse camino  en los espacios norteamericanos destinados al arte. Lo importante es no perder nunca la conciencia de lo que uno es, ni el sentido verdadero que tiene exponer  lo que uno hace  en un medio tan diverso y competitivo como aquel.Podría decir que quizás por esa misma universalidad presente en mi discurso plástico, el público norteamericano, sin distinción de edades y ocupaciones, ha mostrado una aceptación  y un determinado diálogo con mis imágenes. En mi caso la exposición está allá cumpliendo con los objetivos propuestos, y  revelándole a las pupilas interesadas y conocedoras, uno de los numerosos enfoques contemporáneos  del arte y la cultura de Cuba.–Representa esto, de alguna manera, un acontecimiento para la pintura y la cultura cubana.Francamente, no creo que sea yo -autor  de la mencionada exposición- la persona más adecuada para responder esta pregunta. Cuando ejercí la crítica de arte solía valorar en otros artistas sus logros y alcances. Pero ahora puede resultar petulancia, o por el contrario, falsa modestia. Así que me limitaré a una simple y equilibrada apreciación  de lo que creo que puede significar esta nueva exposición mía en los Estados Unidos.Además  de acceder con mi obra a un circuito cultural de indudable importancia, he podido poner a prueba  satisfactoriamente mis concepciones estéticas y mi peculiar condición de pintor cubano, provisto de un enfoque renovador del género pictórico,  en un ámbito de recepción que en los últimos años ha entrado en contacto, mayormente, con géneros no tradicionales de la plástica de nuestro país, es decir, instalaciones, gráfica conceptual, fotografía, video arte, etc. Al mismo tiempo, los correspondientes especialistas y amantes del arte norteamericanos se han relacionado, mediante mis creaciones, con la apertura y diversidad de expresiones  del arte cubano en general.  -¿Consideras que los temas, los tratamientos y el lenguaje de tu obra han sido bien recibidos, entendidos y asimilados en los medios artísticos de esa nación? Hasta ahora la recepción  de mi  obra por coleccionistas y estudiosos de Estados Unidos, evidencia que mi sistema de expresión, como otros muchos portadores de autenticidad y espíritu actual, resulta coherente con  sus expectativas y su formación estética múltiple. Quien conoce la pluralidad y coexistencia de prácticas artísticas diferentes  en los medios institucionales y privados, académicos y de mercado propios de aquel país, sabe que allí todo verdadero  arte puede ser comprendido y asimilado.  La ausencia de sentido ilustrativo,  de estrechez local y coyuntural, así como  las figuraciones y temáticas relacionadas con la cultura clásica antigua, con argumentos teatrales de muchas épocas y autores, con la función de la máscara y con otros aspectos universales de la cultura, permiten  a cualquier tipo de espectador - y muy concretamente al norteamericano-  identificarse  de alguna manera con mi lenguaje. Los referentes teatrales, literarios, danzarios  y antropológicos sirven para tender un puente  entre mis propuestas creativas y la recepción de ellos. Por su parte, las texturaciones y atmósferas cromáticas, el hieratismo de algunas figuras y un tratamiento que puede acercarse visualmente  a la escenografía  y  a la factura artesanal, actúan como estimuladores emocionales,  pistas o señales que introducen a los receptores más o menos informados en el significado paradójico, diverso y siempre abierto de mi pintura. Hasta dónde han llegado las noticias, ?qué repercusión ha tenido la exposición en Estados Unidos?Como no pude estar presente en la inauguración de la muestra, el 13 de enero pasado a las 5 pm, supimos por un correo recibido de la Curadora Dra Lillian Guerra, que en las 2 primeras horas de ese día  el marcador había registrado 193 asistentes; pero que  después continuó llegando público hasta las 8pm, reuniéndose en la exposición  más de 200 personas, que incluían desde  periodistas y críticos, galeristas y coleccionistas, hasta curadores de museos y numerosos profesores y estudiantes de la Universidad de Yale, entidad que copatrocina la exposición  como parte de un proyecto mayor destinado a dar a conocer allá realidades y valores del arte, la cultura y la historia del Caribe y América Latina. También se nos ha dicho que las primeras reacciones frente a las obras fueron de sorpresa y admiración, lo que condujo enseguida a disímiles interrogantes e interpretaciones del sentido implícito en las obras.  Así mismo, desde la apertura de la exhibición se produjeron propuestas de exhibición en otros sitios, entrevistas a la curadora y a mí, reuniones del director del Centro de Arte--Paul Clabby-- con personalidades de diversas esferas interesadas en las obras, notas en la prensa escrita y digital, y asistencia constante de un público que mantuvo siempre ocupadas las salas donde están desplegados los cuadros. El primer día concurrió un grupo de estudiantes y profesores de una escuela  de Princeton, quienes ya tenían referencias de mi obra y viajaron a New Haven  con el propósito de apreciarla directamente. Con posterioridad algunos de ellos me han enviado mensajes con sus impresiones y valoraciones. 

LA MISMA MUJER

                                

 Por Jorge Garrido    

No sabía si había llegado a disparar el golpe de la aldaba y si mi amiga debía salir en cualquier momento por el balcón a lanzarme la llave para que subiera como hacía todos los días cuando la visitaba, sin faltas, como un maldito varón tras su cuerpo quemante.      No puede ser ella, dije finalmente sin decidirme a descargar de entre mis dedos el picaporte de la puerta de la casa de Estela. ¡No puede ser ella, por Dios! Tantos años después.     Mas, aquella mujer estaba detenida ante mí, a cinco metros de distancia, mientras el gentío interfería mi vista, una y otra vez, sin dejarme observarla completamente. Lo que advertía era solo su silueta. La misma silueta que no me dejó dormir apaciblemente, durante seis meses interminables, 15 años atrás, después que la descubriera aquella noche de fantasía pura, irrepetible atravesando el barrio de Copacabana, cuando quise franquear la arena de la playa y mojarme los pies de madrugada. Entonces, había llegado a pensar que Río de Janeiro era la ciudad más bella del mundo y que había dado en aquel sitio con la mujer más excitante del planeta.    Mas, yo no sabía si había llegado a dar el primer aldabonazo en la puerta de la casa de Estela. Al menos, el primer toque,  retumbante, antes del segundo y el tercero, como me gustaba hacer, para que ella me escuchara en la planta más arriba y desde el fondo de aquella morada cargada siempre de un misterio especial,  y tampoco sabía si la muchacha, de haberme escuchado, podría salir en cualquier momento para dejarme entrar. Lo que me cruzó por la mente fue detenerlo todo, el toque, la aldaba en el aire, mis manos, mis ojos, mis deseos rutinarios de Estela, aquel cuerpo lleno de excitaciones y aquella carne expansiva, y aquellos ojos jugosos, lleno de maldades sanas y vituperantes.     No puede ser, ¡Por Dios! No puede ser ella la que tengo plantada delante de mí. Y aún tenía una de mis manos sujetando el picaporte. Mas, aquella mujer estaba ahí, mirando detrás de la vidriera. No sé qué cosa pudiera estar mirando. No había nada especial que pudiera robar su atención. Estaría contemplándose ella misma, el reflejo de la luz, algún detalle de su vestido, quizás de su cuerpo. Los cabellos, probablemente. Los labios, quizás. ¿Los ojos? Pudieran ser sus ojos. Es ella, claro, es ella, Copacabana, la arena, los ojos ingobernables, esa nobleza en su expresión, aquella caderas tan armónicas, los pies desnudos revolviendo la arena, destapándose los senos en el agua para que los contemplara bajo su sonrisa y los pequeños rayos de la luz de la luna, al tiempo que deslizaba su lúdica sonrisa,  y aquellas manos que me acariciaban con tanta dulzura. No, Isabel, no eres tú. No puede ser. Aquel final trágico, misterioso. Nunca llegaré a saber lo que realmente sucedió hace 15 años. Pero aún recuerdo su silueta para no verla más perdiéndose entre la multitud del barrio de Copacabana. Después, sobrevino el desastre que no pudimos manejar.    Entonces ella dio vueltas. Yo estaba, realmente, a cinco metros de distancia, sin que, en ese justo momento, por fortuna, alguna persona se atravesara entre nosotros. Ella advirtió de pronto que la estaba contemplando, quizás con mis ojos sorprendidos, y que parecía un hombre infructuoso con la aldaba entre mis manos sin saber si la había soltado alguna vez y si debía soltarla nuevamente o dejar que Estela no apareciera en el balcón. La mujer entonces alisó el vestido, dio medio giro a su cuerpo, y volvió a fijarse en mí. Debía estar sorprendida de mi expectación.  La miraba, seguramente, como si estuviera mirando un fantasma. Fue entonces cuando sucedió lo peor. Hizo aquel mínimo gesto, un pequeño gesto y dejó escurrir aquella sonrisa inefable. Los ojos brillaron de una picardía llena de sagacidad y cierto desafío.     ¿Qué es?, pregunté. ¿Qué quieren decir esos ojos? Sus labios hicieron fugazmente un pequeño movimiento junto al brillo de sus pupilas y su rostro varió como un relámpago. Luego, todo se puso en orden, y la mujer volteó la mirada.    Es ella, creo que dije en voz alta. Es ella, murmuré. Los ojos no me podían engañar. Aquel gesto era el mismo.  ¿Qué quiere decir? ¿Picardía? ¿Lucidez? ¿Erotismo?  Es la misma luz.     En ese momento alguien tropezó conmigo. Mi cuerpo saltó ligeramente hacia un lado. Me había distraído. Estaba en medio del camino y quizás me había movido unos centímetros y probablemente había soltado el picaporte. El gentío sin detenerse comenzó a devorarme. Me había convertido en un obstáculo.  Una pareja de mestizos casi me rozó en su avance y me miró intrigado. Yo seguía estático, pero ella había empezado a andar. Se me escapaba y yo aún sin haber reaccionado. Llevaba aquel vestido verde, transparente, y advertí la manera rítmica, desafiante del movimiento de sus caderas. Era elegancia pura. Y luego su marcha, segura, definida, entre la muchedumbre que recorría sin rumbo fijo pero siempre hacia el mar la calle Galiano en el centro de la ciudad.     Se me escapaba. ¿Isabel? ¿Eres tú o es que te pareces tanto? ¿O cómo te llamas? ¿Qué sucedió realmente amor mío? ¿Qué sucedió aquella tarde hace 15 años?    Estela me estaría esperando allá arriba. Probablemente enojada, con el almuerzo dispuesto, llameante aún, y yo retrasado. Un fricasé de carnero, me dijo, con muchas papas, te voy a hacer, y mucha salsa, mi amor, mucha salsa como te gusta, y te vas a chupar los dedos, mi amorcito, te los vas a chupar, y lo voy a cargar de picante, mi ángel, que vamos a sentir luego, no sabes lo que vamos a sentirnos. Sí, Estela, voy. Temprano, mi amor, temprano, que siempre llegas tarde y te enredas fácilmente. No vayas a casa de Aníbal, te pones a tomar cerveza y te retrasas, anda, ven temprano, mi ángel, vamos a comer y después nadie sabe lo que va a pasar.  Te tocaré con mis pies desnudos por debajo de la mesa mientras comes. No voy a dejar que te distraigas, te voy a calentar lentamente, mi amor mientras te comes el fricasé con picante.  Y luego nos corremos hasta la cama, mi ángel. ¿Eh. Es rico, ¿verdad, mi amor? Es rico hacer eso cuando no se debe hacer, ¿verdad? Como si uno quisiera y no quisiera hacerlo porque se te van las cosas de entre las manos y te enredas, y nos desnudamos a medias, y ya está, así, ya está y no puedes darle atrás, y se te va la vida, ¿verdad, mi amor? ¿Verdad? Y después dormimos, largamente, el almuerzo y el cansancio, mi amor, dormimos, y cuando nos despertemos vamos al cine. ¿Te parece?    No se me puede ir, no, de ninguna manera. Estela, no había aparecido, será, entonces, que nunca llegué a descargar el picaporte, lo dejé entre mis manos cuando la vi a ella. Era su silueta, claro, su silueta, lo primero que advertí. Y luego aquel vestido verde, las caderas, deben haber sido las caderas, y sus piernas, delgadas, me gustan delgadas. Y finalmente, los ojos. No lo esperaba. La fui descubriendo entre rafagazos, porque la gente se interponía y no me permitía observarla completamente. Hasta que nadie estuvo delante, y vi sus ojos, y soltó aquel gesto, mezcló la picardía con la mirada, la mirada con la perspicacia, la perspicacia con cierta lujuria, y la misma mirada que nunca entendí, y por eso me gustaba la mirada de Isabel, y aquellos labios haciendo como un ligero movimiento como una pequeña ola. Y pam, todo se fue. Fugazmente. Ahora, rememoraba aquella tarde cuando fue la última vez que la vi antes que sucediera la tragedia en aquel Rio de Janeiro triste y lleno de amor al que no quisiera volver más.     Pero estaba ahora en La Habana, 15 años después, y aquella mirada venía de otra persona, o de la misma persona, y esa persona me volvía a hipnotizar como lo hizo Isabel aquella madrugada en la playa de Copacabana. Era ella, probablemente ella.  Pero ahora se me escapaba.  Era Isabel, 15 años sin envejecer.  La han congelado, ¡Por Dios! Es la misma. ¿Cómo puede ser! ¿Cómo puede mantenerse así? ¿Una hija? No, no puede tener esa edad. Se me escapa. ¿Y Estela? ¿Me habrá escuchado Estela? ¿Habré dado el aldabonazo, finalmente?    No me dispuse a hacerlo, fue un robot quien actuó dentro de mí. Estaba marchando, buscándola entre el gentío, abriéndome paso, y creo que así, apartando a la gente,  llegué a escuchar una voz lejana. ¡Pablo! ¡Pablo!, repitió y me lanzó la descarga en la espalda, atravesó la muchedumbre y llegó la voz hasta mi cuerpo. Sí, puede haber sido Estela. Al final, Salió al balcón, al final, había escuchado siempre mis aldabonazos. Estaría ocupada hasta ese momento. ¿Podría haber sido ella? Ahora, sí, se enojaría. ¿Cómo le voy a contar que vi a Isabel? ¿Isabel? Imagino su cara iracunda. ¿Quién es Isabel? Te has vuelto loco. Copacabana, amor, Copacabana, el barrio de Copacabana, la playa, la arena, aquella noche, el festival de cine, hace 15 años. Yo estaba cubriendo las noticias del festival de cine, mi amor, y me quise ir de noche a bañarme a la playa, dejé el hotel, sí, había tomado muchas cervezas, mi amor, y dejé el hotel, y me fui a la playa, sin  camisa, descalzo, y atravesé la arena, mi amor.    Sentí un codazo, dos mujeres cargadas de bolsas después de haber comprado en La Epoca, me empujaban parque las dejara atravesar la céntrica calle.  Ella estaba entre un pelotón de gente cruzando Neptuno. Era ella, otra vez. No la había dejado que se me perdiera. Quizás tome un auto ahora. La voy a seguir. Tomaré otro. No, no, así no, puede escabullirse con el tránsito. ¿Qué hará ella, Dios mío? La voy a seguir hasta el final. Estela tienes que esperar, el fricasé, la excitación la cama, envueltos juntos, la siesta, el cine, mi amor. Tienes que esperarlo todo. Isabel está ahí. O es un fantasma. Te imaginas, Estela, te imaginas que Isabel aparezca y no me deje dormir en seis meses y me torture mi vida, nuevamente, y me convierta en un ripio de hombre. No voy a servir para nada, mi amor. Ni tus caderas ni tus pechos me salvarían. No, Estela, no, que espere el fricasé.    Ella seguía andando, marchaba al parecer con rumbo fijo. Ya habíamos avanzando unas cuatro calles. La seguía a unos diez metros, a veces 15, otras hasta cinco metros. No debe verme, si no tendré que decidir si abordarla o dejarla ir. ¿Eres Isabel?, le tendré que preguntar. Puede armar un escándalo. La estoy siguiendo, ¿no? Mejor, marco la distancia. Ah, Estela, ¿cómo estarás ahora? Echando fuego, mi amor.    Sigue avanzando. ¿Hasta dónde va a pie? ¿Qué haces, mujer? ¿Dónde vives? No sé qué puedo encontrarme. Cualquier cosa. Tampoco sé qué clase de mujer es. ¿Cómo es su vida? ¿Dónde residirá? ‘Tiene otro hombre? No me parece por su mirada. Es como si las cosas le resbalaran. ¿Verdad? ¿Quién eres, muchacha? ¿Isabel, acaso?    Seis calles, diez, cuatro más, y yo seguía andando. Su silueta avanzaba sin detenerse. Aquel vestido verde. ¿Cómo será su cuerpo debajo de aquel vestido? Sus caderas deben ser de oro. Debe tener una desnudez muy bella. Aquellos ojos haciendo el amor. Isabel, tú eras perfecta, ¿verdad mi vida? ¿Verdad que lo eras? Me gustaba cuando gemías debajo de mí a veces, cuando llorabas de pasión y dolor y placer.  Sollozabas como una niña, mi amor.    Repentinamente, dobló a la derecha. Calle Infanta. La Universidad de La  Habana se ve ya a poca distancia. Unos metros más. Hay que subir, mujer, Isabel ?Isabel hacia dónde vas? Seguía avanzando sin detenerse. Cruzó San Lázaro. Más y más. Yo detrás. Hasta la avenida 23.  Viró recto hacia el mar.  ¿A dónde vas, mujer?  Es el malecón. ¡El malecón! Lo tienes delante. Es un muro que contiene las olas, muchacha. No te vayas a sentar encima del murallón. Hace sol, Isabel.  ¡Por Dios! Hace sol. ¿Qué vas a hacer? Está cayendo la tarde, pero aún hay sol en La Habana. Quemante, pegajoso. Dobló hacia la izquierda. Y siguió avanzando paralelo al mar. Menos mal que siguió adelante. Ahora avanzaba.     La vi acercarse a un edificio. Unas calles más adelante. Frente al mar. Llegué hasta unos diez metros. Si entra, pensé. No la veré más. Isabel no te veré más. Tendré que volver donde Estela, con su fricasé abandonado, y todas sus exigencias. ¿Vas a subir, mujer? Ella miró atrás. Creo que me vio. No, no pudo ser. ¿Me habrá visto? Me habrá identificado. Se detuvo un instante. Buscaba algo con la vista. ¿Sabrá que la sigo? ¿Me habrá estado observando todo el tiempo? Me habrá obligado a seguirla? ¿? Estará jugando conmigo? No, Isabel no eres así, siempre fuiste misteriosa, desafiante, excitante, pero nunca vanidosa ni cruel. Sufriste, amor, verdad que sufriste con todo lo que pasó. Pudo evitarse, quizás, ¿verdad? Pudo evitarse si aquella tarde no hubiera sucedido lo que sucedió. Fue una casualidad, amor. Algo injusto. ¿Cierto?    Entonces, la muchacha paseó mi vista muy cerca de mí. No pude esconderme. Que me vea, dije en voz alta. Que me vea, ya es mejor, si se va a perder. ¿En cuál piso vive? Hay muchos apartamentos en ese edificio. Con tal de que sea su casa. Tengo que saberlo.   Entró de repente. Como si quisiera perderse. Vi su figura esfumarse edificio adentro. ¿Esperaba algo? Vigilaba a alguien. Temía por su vida.  Oh, Isabel, en qué nuevo enbrollo estarás metida mi amor. Si eres tú. Si te has mantenido tan bien todos estos años. Si te has mudado a La Habana. Me hubieras buscado, ¿verdad? No, cómo hubieras dado conmigo. Quizás hubiera sido muy difícil. Había entrado. ¿Qué hago? Llegué hasta la puerta. Debe haber un ascensor. Un edificio de lujo en medio de una Habana que se cae a pedazos. Un edificio de los años 50 del siglo pasado. Nuevo, eh, totalmente nuevo, para una ciudad que no se ha vivificado arquitectónicamente en medio siglo.    Debo entrar, averiguar quién es, dónde vive. Ya debe estar dentro de su apartamento. El ascensor debe haberla llevado. Me decidí a hacer algo.    El portero me detuvo. ¿Qué desea compañero? Bostezaba. Con los pies cruzados sentado encima de una silla vieja y despintada. Nada, compañero, nada, quería saber…. ¿Qué quería saber? Si esta persona que subió que se parece a una amiga mía que vi una vez hace muchos años en una playa en Río de Janeiro y que se me parece tanto… ¿Qué quiere saber, exactamente, compañero? Hábleme claro. Qué quién es. ¿Quién es? ¿Qué va a ser usted? Nada, compañero, nada, saber su nombre. ¿Su nombre? No lo sé, no lo sé, ¿yo no puedo decir nombres así como así? Claro, claro, comprendo. Pero, ¿en que piso vive? No puedo decirle. No es para nada malo, compañero, es solo para saber si es la misma, si debo verla, reconocerla, preguntarle. A lo mejor es su hija. ¿Su hija? ¿Hija de quién? De la que conocí, quiero decir. Ah, sí, claro. Y ¿quién es usted? Un amigo de aquella persona. Soy escritor, compañero, soy escritor. Escritor… Quiere escribir.  En este caso, no, quiero saber si es la misma persona. Solo le pido eso, compañero, una mínima cosa. No le puedo dar el nombre, pregúntaselo a ella. ¿El piso? El piso donde vive. ¿El piso? El hombre estaba mirándome con aquellos ojos asustados y debe haber advertido la desesperación en mi rostro. ¿Se llama Isabel, compañero? No sé, fue la respuesta y entonces ya no me miraba. Estaba quizás mostrando la compasión de su alma, pero a la vez la lógica desconfianza de toda persona, sobre todo un portero. Solo donde vive, por favor, solo donde vive. Pensé que mi voz ahora estaría despertando más sospechas que nunca. El hombre estaba aguantado la respiración, pero en el último momento debió dejarse llevar por sus instintos. A lo mejor fue un lobo de amor en sus años mozos.  Un momento de fragilidad varonil y ya.    –En el último piso, compañero.    Su voz salió desgranada, hecha añicos. Como un alud que no tiene vuelta atrás, barranco abajo.      Ya no puedo hacer nada por evitar lo que dije, debió haber pensado el portero en ese instante.   Fin(Madrugada del domingo 21 de mayo, 2006)  

Luis Sexto: Las visiones críticas de un libro

 Por Jorge Garrido

El Cabo de las mil visiones quizás haya pasado inadvertido a nuestros lectores y críticos.

Es un libro de relatos que mezcla con suma habilidad el testimonio literario, la narrativa y el periodismo que se sumerge ocultamente –gracias al largo oficio del autor– entre un lenguaje presuroso y relampagueante.Luis Sexto, en su doble condición de escritor y periodista olfateante, ha descubierto una fortuna bien escondida.

El tema, sospecho, le quema el pecho todas las noches.¿Cuáles son los valores de El Cabo de las mil visiones?

El autor ha hallado lo que en literatura y arte se llama mito. Y un mito transmite una atmósfera. La atmósfera es lo que todos los escritores quieren encontrar cuando escriben. Es casi lo que se denomina metafóricamente la musa. Pero es mucho más, quizás más complicado. Es como hallar una luz, repentinamente, al final de un largo túnel oscuro.Y los mitos traen inevitablemente los misterios.

Descubrir un mito es descubrirlo todo: los personajes, el lenguaje, las leyendas, los secretos, el miedo profundo, la irrealidad.La trascendencia humana.Y eso casi nunca aparece. Algunos escritores mueren después de haber escrito hasta diez libros y nunca lo han alcanzado.Mueren desnudos de su propia poesía.Hallaron el tema, los valores morales y hasta descubrieron una estética propia. Supieron adueñarse, con el tiempo y el talento, de la técnica. Y hasta del método y el régimen de trabajo.Pero el mito estaba mucho más profundo de lo que pensaban.Debe ser muy triste que esto ocurra, especialmente, al final de una vida literaria.

Esta obra ha hallado, como de un plumazo, todo lo que necesita un escritor para hacer un buen libro. El Cabo es el escenario de la acción de este libro y de donde salen despedidos todos los personajes.¿Qué es el Cabo?Un paraje insólito. El fin de la Isla. Después de este sitio, hacia el Occidente de Cuba, en la provincia de Pinar del Río, no hay más que el mar y aquellos barcos silenciosos que bordean inevitablemente a Cuba, en viaje desde Europa rumbo al Golfo de México.Es un lugar donde nadie quiere ir, y adonde van a esconderse los que no quieren que los vean, o los descubran. Allí solo van los bandidos, los escurridizos, los huraños, los ermitaños, los que huyen de la ley, los ignotos. Siempre fue así desde los tiempos de los piratas.Y viven también los que nacieron en El Cabo y nunca se fueron. Y quedaron atrapados para siempre. Y no pueden desprenderse de sus misterios, encantos, falacias, secretos y desdichas. Y vivieron en ese sitio siempre, donde las personas caminan como dando saltitos debido a las piedras inevitables que tropiezan en su marcha corriente.

Estos son los personajes de la obra y ellos son los protagonistas de sus acciones. O los que cuentan cómo otros protagonizaron hechos pavorosos en esta zona.Nadie sabe cómo Luis Sexto llegó allí. Quizás fue la intuición de que tan lejos había algo deslumbrante. Nadie sabe tampoco cómo pudo viajar una y otra vez, y alojarse entre aquellos montes, convivir con su gente, y recorrer aquella costa muda y solitaria.¿Qué descubrió?Una especie de Macondo de la literatura cubana.Resulta que esas personas que viven en El Cabo tienen mil visiones de leyendas y sucesos que han ido sucediendo en todos los tiempos. Ellos siguen hablando de los piratas como si hubieran desembarcado ayer a esconder sus fortunas y descansar de sus tropelías.

¿Qué hizo Sexto? Los escuchó, los hizo hablar, vibrar, enternecerse, aguarse los ojos, estrujar la mente, fantasear, memorizar, hundirse en sus sentimientos más profundos.Sexto les extrajo el personaje que cada uno tenía guardado y la leyenda que llevaban encerradas en sus mentes mitológicas. Porque todos los que viven en El Cabo son personajes. Personajes literarios. ¿Si no para que iban a vivir en un sitio como éste, lleno de fantasmas? Y contaron escenas que queman la piel y revuelven las almas. Una mezcla de miedos, tristeza, anhelos, rencores, remordimiento, hazañas, traiciones, ensueños.Nadie sabe qué sucedió realmente de tantas historias que esos hombres relatan con la aprensión en los ojos y la piel erguida.Todo debe haber acontecido, en la realidad, o en la mente de sus habitantes.El gran trabajo fue hacerlo literatura. Descubrir el tesoro, saber que era un tesoro, y luego fundirlo en oro literario.Extraer los mitos y las singularidades. Hallar la atmósfera de los acontecimientos. Y convertir a los hombres en personajes vivos, descollantes. Vivos dentro de un libro que es otra cosa bien distinta.Pero es solo un libro de relatos. Piezas breves, fulminantes, sorpresivas. Escritas con la maestría de un periodista-editor-poeta-ensayista. Todos juntos. Excelente prosa. Desgarradora, misteriosa. No le sobra nada más que la sombra, y sin ella no sería literatura.Sexto ha pasado su ya larga vida de periodista y profesor de periodismo tratando de fundir un nuevo estilo. Su gran empeño, quizás su angustia de siempre, ha sido impregnarle, más bien insuflarle, la altura literaria al periodismo corriente. Y ha conseguido un lenguaje, un método, que combina armoniosamente el ensayo literario, la poesía y el periodismo urgente. Un estilo limpio, elegante y al mismo tiempo presuroso, periodístico, crítico, y siempre proponiendo tesis, variantes, ángulos nuevos.

Sin embargo, Luis Sexto tiene un gran reto. Hacer una novela. Convertir el tesoro que supo hallar en interminables viajes de faena y sacrificio en un gran libro. Pasar del relato a la novela. Porque tiene la novela escrita debajo de aquellos fragmentos de escenas pavorosas y aquellos personajes fantasmales pero vivientes, y entre aquellos escondrijos llenos de misterios.

Quizás El Cabo de San Antonio, un sitio inédito, por el momento, se convierta, repentinamente, en un nuevo paraje de la literatura cubana.O quizás muera para siempre entre sus misterios insalvables, sin que nadie vuelva a creer que ellos existen verdaderamente.--------------------------------------------- 

?Quién es el Pintor de la Tierra?

 

Por Jorge Garrido

Para empezar, me dijo, algunas personas dudan de que sea un artista. ¿Crees que no lo soy? No sé, para eso quiero entrevistarte. ¿Por qué crees que dudan? Porque soy diferente en ciertas cosas. Para empezar, le digo, nadie sabe cómo te llamas ¿Cuál es tu nombre verdadero? Todos te conocen como el Pintor de la Tierra. –Sí, ese es un problema. Me llaman así, pero mi nombre es Ernesto González Valdivia. –¿Te gusta que te llamen Pintor de la Tierra? –Eso de tierra confunde a algunos y piensan que tierra es pobreza, suelo, mala calidad. No sé si me gusta, pero me llaman así y no hay remedio a estas alturas.

–¿Piensan que si eres de la tierra es porque no sabes pintar con otra cosa? –Piensan eso, más o menos, pero es un error. No tiene nada que ver, pinto con tierra porque cuando comencé no tenía pinceles ni pinturas, y lo que tenía más cerca era la tierra. Yo trabajaba junto a mi padre labrando su cosecha en el campo. –Y te gustaba pintar. –Nadie me lo había dicho, es decir, nadie me dijo pinta, aquí está la pintura, el pincel, y pinta. No, nadie me dijo eso, yo me di cuenta que me gustaban los colores, las mezclas, los tonos, las tonalidades, viendo el fango de la tierra como se mezclaba y modificaba sus tonos cuando pasaban las ruedas de la carreta por encima. –¿Descubriste así la pintura? –Así. –¿Tenías conciencia de que eras un artista? –No, no lo sabía. –¿O no lo creía? –O no tenía conciencia de lo que era, como dijiste.

A Ernesto le brillan los ojos. Sabe que estoy avanzando por un terreno minado. Le duele, le duele mucho lo que estamos tocando. Es su punto frágil. Eso de que no crean en ti.

–¿Pistas con tierra pero qué empleas como pincel? –Plumas de ave. –Por eso les resulta difícil que crean en ti, Ernesto. Desafías las leyes de gravedad de la pintura. Vienes, así, de pronto, a modificar las cosas más elementales, algunos pueden pensar que tratas de vulgarizar la pintura, el arte, rebajarlo todo, simplificar lo que a otros les ha costado tanto esfuerzo, cientos de años pintando, están los grandes maestros, y quieres simplificar las cosas, eh. No me contestó de improviso, estaba pensando en lo que le decía. Debe ser un punto complicado de su vida pública.

–¿Eres un naif? –A veces tengo cosas de un naif, cuando pinto una casita y un caballo y una familia cerca de un río, como hacen todos, sin respetar proporciones, a mi manera, pero en muchas otras cosas no soy un primitivo. No puedo considerarme dentro de esa corriente a tiempo completo.

En ese momento, Ernesto dejó de mirarme y clavó los ojos en el piso. Estaba rastreando probablemente algún recuerdo relacionado con esa pregunta. Entonces me fijé bien en su cuerpo: bajo de estatura, unos 50 años, tocado de boina, vestido de blanco de arriba abajo, inquieto, pelado discreto, piernas abiertas, atentas, como listas para salir repentinamente, bigote fino, rasgos de campesino cubano, descendiente de español, blanco de piel pero quemado por el sol del campo. Expresión de gente buena, sencilla, locuaz, ingeniosa. No tiene nada que ver con la imagen estereotipada de un pintor. Alcancé a ver un diente de oro brillante. En el fondo sus ojos brillaban como atentos para dispararse. Me pareció que vibraba de una manera muy extraña. Volví a la carga. –

¿Te consideras un pintor raro y un ser raro en este mundo? –No –me dijo rampante. –Eres raro, Ernesto. Pintas y no parece pintor, eludes los instrumentos convencionales. Estás pintando con tierra y pluma de ave. –Pero no soy raro. ¿Por qué? Soy igual que otros seres que me rodean. Mira, es lógico que un artista tiene que irse de o común, y su imaginación tiene más fuerza que su pensamiento, y por eso muchas veces se arrastra o se deja arrastrar por la imaginación o la concentración en un tema de una situación diferente, de acuerdo al género del artista. Y lo ves entretenido, disperso, como tonto. Pero es que está pensando en muchas cosas, está dando rienda suelta a su imaginación. –¿Te sucede eso? –Me sucede. Y me sucedía cuando era niño y me quedaba mirando los colores de la tierra, y mi padre al verme rezagado, me apremiaba. El creía, entonces, que yo tenía algún problema en la cabeza, que seguramente poseía algún retraso o trastorno. La persona que siempre está sobre lo normal y lo común siempre le va a aparecer eso extraño, porque piensa que quien se comporte así es una persona diferente y no lo va a entender. Pero el artista al final es como las demás personas. –¿Quieres decir que son seres terrenales aunque más sensibles? –Son seres iguales que los otros. Más sensibles, sí, más imaginativos, sí. Mire, le voy a decir algo: todo esta entre cielo y tierra, tanto sus impulsos, sus emociones, sus pensamiento como su imaginación. En ese sentido no somos diferentes. Mientras todo lo que se cree esté en este mundo, y emane de las experiencias visuales, desde su niñez, incluso, hasta lo actual, como es mi caso, por ejemplo. Si es así, pertenece a lo natural, no al más allá. –¿Pero eres raro, vuelvo a preguntarte? –No es que sea raro, sino hipersensible. Mientras más grado de sensibilidad tengo, y tiene cualquier artista, resulta más comunicativo y receptivo. –¿Eres irascible? –No. No lo creo. –¿Y cómo se manifiesta esa sensibilidad? –Si tienes esa cualidad, me refiero a la sensibilidad, es para todo, no es como un botón que lo aprieta para una cosa y no para la otra. Sí eres sensible, eres sensible, no hay remedio. ¿Cómo se manifiesta?, me preguntas. En los cambios de tiempo, por ejemplo. En la relación con las demás personas, unos me aceptan y otros me favorecen. Ante los hechos cotidianos. Existe la emoción. La lluvia, los días de sol me favorecen. Me siento hijo de la luz. Los días grises me siento más triste. –¿Te daña la tristeza? –Me daña. Yo dependo de la luz y del buen ánimo. Cuando no siendo esa alegría me deprimo y no puedo crear. –

Pero ¿te deprimes? –Yo no me deprimo así como la gente dice que se deprime. Las emociones son como un carro que hay que aprender a manejarlo o no puedes crear nunca. También existe la experiencia, el oficio, que te permite pasar por encima de las contrariedades y hasta de los estados de ánimo. –¿Puedes controlar eso que sientes? –Puedo controlar la personalidad. –¿No matas así la espontaneidad? –No lo creo. Es como decir, hacer una buena concentración. No, solo sé concentrarme sin llegar al desconcierto, sino sé hasta qué punto tengo que desconcentrarme. Hay que saber manejar el carruaje de la profesionalidad. De lo contrario sería sin rienda. El artista debe de tener sus riendas muy bien. Hasta donde deba correr ese caballo. Sin que se desboque. A través de la experiencia del tiempo. Cuando me monto en ese carruaje puedo crear fluidamente.

–¿Puedes pintar por encargo? –Bueno, lo logro ahora, solo desde hace un tiempo para acá. –Ernesto, ¿estudiaste en academia? –Nunca. Ni siquiera he estudiado en un aula prácticamente ninguna asignatura. No tengo nivel escolar, digamos oficialmente. –¿Quieres decir que no tienes grado escolar? –Apenas. No te voy a decir hasta qué grado llegué. –Pero…. –Te digo más: aprendí a leer y escribir a los 11 años. Y a reglazo puro. La maestra que me pusieron me pegaba para que aprendiera las letras, a unir palabras, y a contar los números. Pero no crea que aprendí tanto. Sus ojos chispeaban de atrevimiento. No guardaba pena ni rencor consigo mismo ni a los demás que debieron ocuparse de que estudiara a su hora. Pero, cómo este hombre que pinta, habla, analiza, piensa, no ha ido a la escuela. No es analfabeto, pero ha estudiado muy poco, y a la vez, impresiona como un hombre inteligente. Por un momento pensé que aquel cuerpo de hombre entero, intrépido, desafiante, pudiera resultar muy frágil. Ernesto desafiaba las leyes naturales del desarrollo del hombre.

 Quise cambiar de tema. –Pintor de la Tierra, ¿a veces pienso que puedes ser un mito? –Puede ser, pero no lo creo. Soy un hombre vivo, real, normal. No me creo nada especial. Ni una estrella. –¿Y tus relaciones con las demás personas? Tienes fama de ser extrovertido, comunicativo, animado siempre. Muy conversador. –Mire, ese es un tema. Lo primero que hago es observar a las personas. Si hay afinidad. Puede que tengamos una amistad. Si no somos afines, podemos tener un enlace. No lo eludo ni rechazo, pero sé que no es igual. Digamos que hay que trabajar más esa relación. Yo miro con una varita a las amistades más allegadas y con otra a las más cortas.

–Ernesto, ¿Cómo te distraes? –Fácilmente. No necesito de un cabaret ni un cine. Muy pocas veces voy al cine. No veo películas por televisión. No puedo mantener el tiempo frente a una pantalla. –Volvamos a la pintura. ¿Cómo es que logras que la tierra sea pintura? –Bueno, yo empecé modelando el fango. Al no tener plastilina. Yo iba dándole forma al fango que era una arcilla negra. -¿Dónde era eso? –En la colonia del central Tuinucú, al norte de Santi Spíritus, al centro de la Isla, a unos 400 kilómetros al este de la Habana. Esos pedazos de fango amasados por las ruedas, porque iba detrás de ello. Las moldelaba con las manos cómo si fuera plastilina. Mi padre me peleaba decía que era una manía de bobo, que era un muchacho muy entretenido, que tenía que despertar. Pero, yo quedaba exhausto, mirando las raíces que se asomaban. –¿Qué te atraía de la tierra? –Los colores, las formas que se cambiaban, se organizaban figuras, cosas atractivas, extrañas. Pero, además, estaba el olor de los árboles, cuando calienta el sol la resina de los árboles comienza a despedir un olor muy característico. Me sugería cosas. Y me provocaba aglutinar la tierra. Era la necesidad del color. Me gusta el contacto con la naturaleza. Yo sé cómo es una superficie sin haberla tocado nunca. Si es rugosa o lisa. Me atrae mucho la relación con el olfato, el campo visual, el tacto. Toco un suelo y sé el enlace entre olfato, tacto y lo visual. Tocando sé con qué resina puedo aglutinar un tipo de suelo, arenoso o de otro tipo. La resina es una savia que tienen los árboles de acuerdo a la transpiración de los minerales, al proceso interior de los vasos de la planta, los vasos leñosos oliverianos. De acuerdo a ese intercambio entre mineral, esa esencia, esas aguas, con la glucosa, el intercambio con el oxígeno que transmite la planta. Si es pino tiene una esencia diferente, si es almacigo, igual, si es jagüey es diferente. Todo esto responde a las características del árbol y de acuerdo a sus funciones fisiológicas y químicas. De eso depende a que responda o no a un determinado tipo de suelo. El árbol tiene que ver con el tipo de suelo, si combina o no una formulación resistente y adecuada o no. Yo tengo la intuición de poder saber si me puede servir esto para esta cosa o la otra. Químicamente.

–¿Entonces, cuando empezaste no habías descubierto la pintura? –No la había descubierto. No sabía que era, estaba muy lejos de mí. Por eso me incliné hacia la tierra y me hice pintor de la tierra. Era lo que tenía cerca. –¿Pero no es que tomes la tierra así y pintes con ella? –No, no es tan fácil. –¿Cómo se preserva la tierra en un cuadro? –La tierra se preserva siempre. Usted ve, por ejemplo, en el patio de su casa, la tierra siempre, aunque caiga agua, pasé un huracán, lo que sea. Allí estará la tierra, es mejor que el óleo, la tempera, en ese sentido de la conservación. Ahora, lo que hago es buscar las combinaciones de tierra, las mejores, las que mejor armonicen, encontrar diferentes colores. –¿Y dónde las buscas? –En diferentes sitios de la Isla. Yo sé dónde están las mejores tierras y las encuentro. –Ahora, quiero que me expliques cómo es que pintas, es decir, cómo es que creas artísticamente hablando. –Bueno, eso es una cosa muy extraña, muy particular. En el momento de pintar, de crear, tienen que funcionar tres cosas que son como tres canales que me llegan a mi cuerpo. –¿Canales, dices? –Yo les llamo canales. Te voy a explicar. Primero, hay un canal que es el sonido ambiente. Por ejemplo, el ruido de un vecino, un vendedor, alguien trasteando cerca. Ese es un canal que me produce tranquilidad, que me incita a trabajar. –¿Qué estás en este mundo, qué tienes una realidad cercana? –Debe ser. –¿Y si es de madrugada y no hay sonido de ambiente casero? –Entonces me acompaño de mi propio silencio. Es un mundo sonoro al que puedes conectarte. – ¿El segundo canal? –La música. Me inspiro escuchando música. Me conecta con el mundo emocional, me produce estados de ánimos favorables. La música es un canal estimulador. – ¿Qué escuchas? –Alguna música sentimental. No triste, pero sí emotiva. Antes escuchaba por ejemplo un mismo disco de Beatriz Márquez (una cantante cubana muy famosa sobre todo hace 20 años y que se mantiene en la escena) – ¿Beatriz Márquez? –Sí, Beatriz, ella lo sabe.

 –¿Y el tercer canal? –El tercer canal es el más extraño e importante de todos. Es como si alguien me soplara al oído lo que debo hacer. Yo empiezo y no sé qué voy a hacer exactamente. Lanzo un trazo y este trazo me lleva a otro trazo y a una figura y a buscar un color y sigo pintando. Es como si alguien que no soy yo me va guiando. Me va diciendo, has esto, y lo otro. –¿Sin ese canal no puedes pintar? –No puedo pintar. –¿Es la musa? –No, es otra cosa. La musa puede aparecer pintando y sin pintar. –Qué es, entonces? –Es como si no fuera yo, como si fuera un instrumento de alguien que pinta y que sabe de pintura y que me va diciendo lo que tengo que hacer y que no sé porque no sé de pintura. – ¿Has visto eso con un especialista? –No. – ¿Sabes a qué se debe? –Bueno, tengo mi tesis. A mí me han ocurrido cosas en mi vida personal. Estoy en mi meseta trabajando como si yo lo supiera de antes lo que voy a hacer y me he sentido muchas veces confundido en el caso como si me estuvieran soplando al oído la forma en que tenga que hacerlo. –¿Es como una voz? –Un rumor, quizás.

–¿Alguien te ha dado una explicación de esa sensación? –No, pero es lo que me permite ser artista. Una persona cercana tiene una tesis de que yo tengo una memoria de una vida anterior. – ¿De un pintor, quieres decir? –Eso. – ¿Y que tú no eres el pintor sino él? ¿Y es él quien pinta? –Puede ser, aunque yo también pinto. Pero, me siento siempre un pintor dirigido por alguien que nunca he visto. Ernesto había llegado al punto climático que más le interesaba en la entrevista. Estaba confesando sus momentos íntimos y decisivos como artista y revelando toda la contradicción de su naturaleza como artista. Son los misterios de un artista. Y lo hacía sin avergonzarse. -¿Cómo duermes, Ernesto? –Duermo bien. Casi todas las noches me acuesto pensando en algo del proceso de trabajo. Me quedo dormido en ese pensamiento y amanezco de 5 a 6 de la mañana con una solución.

–Pero, ¿ahora, Ernesto, te consideras ya un artista? –Me considero. Mi padre no me entendió, no lo culpo. Me considero un artista porque soy una persona que tengo hipersensibilidad, soy receptivo y transmito al mismo tiempo, a través de una concentración e imaginación y con alquimias muy originales.

 –¿Dónde se decide que seas un artista? –¿Dónde se decide? No solo soy un artista en la capacidad de pintar silenciosamente, sino en la capacidad de hacer un espectáculo frente a un público, en esos casos, en lugar de achicar me crezco. – ¿Has hecho espectáculos? –Sí, he pintado en público, y dentro de un espectáculo musical. Aquí por ejemplo. Estamos en el patio de su casa, una hermosa vivienda a unos 50 metros de la avenida Rancho Boyeros que lleva directo al aeropuerto internacional José Martí, de La Habana. El patio está cuidadosamente arreglado, lleno de árboles, naturaleza, mesas de hierro pintadas de blanco, cuadros suyos, un pozo de agua que él mismo construyó dando palas y picos, y un escenario perfectamente montado para brindar espectáculos. –¿Qué hacías aquí? –Ya no lo hago, porque las ventas han bajado en general, y cuesta organizar estas veladas que me gustaba hacer con amigos y vecinos. Y yo cantaba.

–¿Cantas, Ernesto? –Canto, tengo dos cd grabados, con un grupo musical que armé. Canto y compongo mis propias canciones. –¿Y que sucedía esas noche? –Esa noche, los amigos y vecinos recitaban poemas, cantaban, y en un momento climático, me subía a aquel otro escenario pequeño que construí entre los árboles y empezaba a pintar. –¿Podías pintar en medio de ese barullo? –Podía pintar ciertas cosas. Era un espectáculo integral. Se lograba un ambiente. También los niños actuaban.

–Ernesto,¿te has enamorado? –Me he enamorado. Y pienso que el amor, las fantasías, el sexo son importantes. Sí, me he enamorado. Y me he apasionado. La pasión no es lo más correcto del amor. Lleva al descarrilamiento. –¿Piensas así? ¿Has sufrido, eh? –Sí. –¿Y fantasìas sexuales? ¿Tienes? –Fantasías, fantasmas, no, eso no. –Digo, fantasías sexuales. –No, no, los fantasmas no me gustan, y es lo mismo. No son reales, prefiero lo que siento directamente. No he sido penetrado por fantasías. No soy fanático a nada, ni a mi propio arte. Mi arte si es fanático a mi persona.

–¿Por qué crees que algunos creen que no eres artista? –Porque no fui a academias, porque empleo la tierra. Frente a las críticas, yo digo, soy un artista que pinto para alegrarle el corazón al hombre. Mi pintura es alegre. Hay pinturas más decorativas y otras más conceptuales. La vida está llena de tristezas, fracasos, problemas, encuentros, y situaciones no todas agradables. Mi arte de construir estéticamente lo que favorezca la realidad. Muchas personas hacen arte derrumbando. Es más fácil destruir que construir, sobe todo si construye con estética.

 –¿Y hay arte en tus pinturas? ¿Estás seguro? –Hay emociones, hay música, hay ideas, hay ritmos, coloridos, figuras, transparencias, luces y sombras. Hay olores. Recuerdo mucho cuando esta lloviendo el olor de la tierra mojada, recuerdo mucho eso, el olor de lo mojado. Y hasta percepción auditiva. Escucho mi pintura. –¿Y tesis, conceptos? –Indirectamente las hay. Aunque no hago pintura de tesis, ni política. Pero en el fondo está todo eso a través de las formas, los colores, las emociones.

 –¿Y no hay una idea que te hace pintar? –No, es espontáneo. –¿Te planteas un mensaje, una idea determinada? –Depende. Si me lo propongo y tengo una idea determinada. Si quiero improvisar lo puedo hacer. Parecido al repentista. Puedo improvisar a partir de una idea. Pero lo que me ocurre normalmente es voy para mi taller sin saber qué voy a pintar. Qué voy a hacer. Función de comunicación de esos canales que te expliqué. Alguien me dirige al oído y de allí brota. Solo tengo que ponerme, preparar condiciones y ponerme frente al formato. Un color pide al otro. Una mancha pide la otra y así se va haciendo la obra. –¿Dibujas? –Dibujo figuras. Me gusta.

 –Dónde aprendiste a decir ¿percepción auditiva? –No sé. –La empleas correctamente. Mas, me llamaba la atención. ¿Debes haber leído mucho por cuenta propia al no cursar estudios regulares ni siquiera de nivel medio. –¿Quiere que le diga algo que no va a creerme pero es la verdad? –Dígame, Ernesto. –Nunca he leído un libro, ni tampoco una página completa. –¡No puede ser! –No tengo paciencia. Me desespero. Tampoco tengo gran facilidad, quiere decir, velocidad, para leer. –Pero ves, seguramente, mucha televisión y ahí se te pegan las palabras, las ideas, los conceptos. –No veo televisión. Al menos no veo filmes porque no alcanzo a leer los cartelitos con las traducciones. Tampoco leo la prensa. –No es posible. –Es así.

–Entonces, dime, Ernesto, si no tienes cultura, si no has ido a la escuela, si no lees libros ni ves filmes, ni asistes a conferencias lustradas, ni lees un periodico, cómo sabes y empleas correctamente las palabras que he escuchado en esta entrevistas. Has dicho percepción auditiva, figurativismo, abtraccionismo, conceptualización y otras? ¿Cómo has adquirido la cultura si no es a través de los libros? –Mediante la percepción visual, auditiva. Tomando los ejemplos de las personas que me rodean. Comunicándome. Soy muy observador. Es una cualidad del pintor. Desde observar desde el paso de una lagartija cómo se mueve para cazar, los colores de un animal, como una persona se comporta cuando espera a otra. Cómo se expresa una persona cuando está triste o alegre.

–¿Pero, las palabras que empleas necesitan un comprensión, un nivel de concepto para entenderla y usarlas bien. Y las usas correctamente? –No sé, esas palabras las he escuchado y sé lo que significan y las puedo emplear. Mire, no se rompa la cabeza, una cotorra en un monte sola no repetiría una palabra. –Eso es verdad pero resulta sorprendente. A veces hablas como un especialista. –Ya le digo, alguien me dice las cosas al oído. Me siento dirigido por alguien que no sé quién es. –¿Crees en la musa? –Creo en la comunicación espiritual. Una buena comunicación no está dada porque esté pensando en lo que esté realizando. –¿Cómo es eso? –Es algo más complejo. Tiene que haber una fuerza interior muy grande.

–¿Y has tenido alguna vez una musa mujer? –No, no me lo imagino. No me ha ocurrido. –¿Sientes soledad? –La siento. Cuando no he empezado a pintar presiento la soledad. Antes necesito la gente. Después ya no la necesito. Me siento acompañado. Del cono central de mi vida. –¿Qué es el cono central de tu vida? –Las razones de mi existencia, de lo que hago y por qué lo hago. De cómo soy. –Y además del aislamiento natural de todo artista para crear, ¿qué sucede cuando estás en público? Digamos, ¿en una entrevista en televisión?

¿Has ido a la televisión? –Muchas veces y siempre salgo bien. Me gusta hablar ante las cámaras y rodeado de gente. Tengo, incluso, un vide clip que hice sobre los camellos (camiones-ómnibus muy pesados que transportan una gran cantidad de personas en La Habana). Compuse la música, canté y lo grabé en un estudio de televisión y una cámara de video. Entonces, siento algo especial. Me han entrevistado muchas veces.

–¿Qué es lo que sucede ante el público? –Me siento capacitado en ese momento para responder cosas que nunca he pensado, leído ni vivido. Son momentos. En ocasiones me he sentido así. En otras ocasiones, he dicho no soy yo, no estoy capacitado. Y son las mismas personas que tengo delante. Lo que quiere decir que son momentos diferentes y que algo extraño ocurre en uno y otra situación. Afortunadamente cuando estoy en público estoy en el canal adecuado. –¿En cada imagen tuya hay un contenido? –Muchas veces el contenido puede ser de algo que no sea conceptual, que sea figurativo. Puede haber abstraccionismo, cuando yo hago trazos y manchas. Salen de la expresión de ese momento. Pueden aparecer manchas o líneas que refuerzan. Quiero decir la expresión de las fuerzas internas de una persona, las emociones, el pensamiento. En el abstracto está muy dado que se interprete como lo quiera interpretar. Pueden ser polisémicas. –¿Otra lectura de la obra, quieres decir? –Otra. Es un contenido inconsciente conciente, porque cuando existe la intención de hacer manchas y colores tiene que haber una conciencia bajo una concentración muy absoluta, y una magia muy interna de la persona.

–¿Qué te transmite Picasso? –De Picasso, he visto muy poco. Porque no me considero un intelectual digamos académico. No he visto casi obras de Picasso. Lo que he visto me ha impresionado mucho, las formas de las líneas, el colorido. –¿En qué corriente artística te inscribes? –En ninguna. Yo no tengo corrientes, práctico diferentes manifestaciones y tendencias, digamos. Yo practico el paisaje, lo mismo campesino que de ciudad. La abstracción, el retrato. –¿Y los críticos qué dicen? –De todo. Los periodistas, generalmente, escriben bien de mí. Han publicado mucho. Un crítico dijo que yo era un pintor primitivo. En paisajes campesinos yo soy muy ingenuo. No me gusta el hiperrealismo, eso puedo decir. En el tiempo de los girasoles cambio como persona. Soy un elemento natural igual que lo son ellas. Yo creo que todos los somos.

–¿Y qué piensa que diga un curador de tu obra? –Nunca me han hecho una curaduría de la obra. No tengo tampoco la claridad para saber qué es una curaduría. Ha habido personas que han hecho conmigo una tesis de grado de la universidad. Pero, digamos, no tengo contactos con la vida oficial de las artes plásticas. –¿Qué dicen los artistas? –Muchos me aprecian y dicen que les gusta mi arte que es muy espontáneo, original. Y que bueno que les llega. Hay otros que no dicen nada. Que se abstienen. Y algunos me han criticado y despreciado. Una vez que me presenté para ser miembro de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba la comisión que me evaluó sentenció que no era artista. Pero después me admitieron, ya soy miembro.

 –?Pero has expuesto en muchas partes? –Muchas veces. Yo fui el primero que me paré a pintar en vivo en los parques. Que después dio origen al grupo de la Catedral de La Habana. Que alguien tuviera el valor de pintar debajo de una mata frente al Capitolio Nacional, y me siguieron una cantidad de gente que se me pegaron. Y empecé a exponer en la galería La Acacia. Se formaban discusiones al aire libre acerca de mi técnica alrededor de mis cuadros.

–¿Y qué sucedió después? –Un día me llaman y me dicen que la comisión de artes plásticas se había reunido y había determinado que mi obra no era reconocida para estar en La Acacia, y hasta me lo dieron por escrito. Ese día, por un decreto me condenaban a no ser pintor. –¿Hasta dónde te dañó esa decisión? –Fue un golpe, pero me repuse. Y seguí pintando, y llevando mis piezas a museos, galerías, instituciones, hasta que alguien dijera que creía en que eso era arte. –Pero, la técnica de la pintura con tierra la inscribiste como propiedad intelectual? –Lo presenté, hace muchos años, y una comisión técnica determinó que no. Y que incluso no les gustaba lo que yo hacía. Y quedé sin inscribir mi invención. Quizás ahora la hubieran aceptado, pero decidí no presentarla más y dedicarme a pintar. A estas alturas, ya alguien debe haberla inscripto en otro país, cuando entonces revisaron y nadie había la había presentado en ninguna parte.

–¿Has expuesto en las galerías importantes de La Habana? –No, no podido. Yo he ido pero no me han aceptado exposiciones en esos lugares. –¿Qué idea tengan de ti los especialistas? –Puede haber una evaluación equivocada de mi obra. Tengo criterios de artistas que me han evaluado muy bien la obra. –La prensa, en cambio, te ha apoyado? Casi todos los periódicos de Cuba y revistas, y la televisión, te han sacado alguna vez. –Y el cine. Me han realizado tres documentales de cine. Santiago Villafuerte con El milagro de la tierra. Se proyectó en los cines cubanos. Se puso en un festival cinematográfico en todos las salas cinematográficaas de estreno de Cuba. Y está en venta en video.

–¿Pero, realmente, cómo empezaste? –Después de esa etapa de probar el fango, luego la tierra, los suelos, comencé a pintar lo que sentía de una forma muy instintiva. Cuando tuve listo un número de cuadros pintados con tierra, algunas personas me alentaron a que los presentara para una exposición. Entonces me dirigí a la dirección de Cultura del territorio donde vivía, pero me respondieron que la pintura de tierra no estaba probada por Cultura Nacional y que no podía exponer ni llevarla a concurso. –No aparecía la luz. –Eso. Y entonces me dirigí a la Asociación de Pequeños Agricultores de Cuba (ANAP) de la provincia de Villa Clara, al centro del país, y les plantee que le si les interesaba, porque era la tierra. Les dije que yo trabajaba la tierra de forma artística y que era campesino. Después de consulta, me imagino que con la propia dirección de cultura de la provincia, me dijeron que eso no era arte.

Ernesto ha alcanzado un clímax en su explicación. Parece retorcerse de los estragos de aquellos tiempos en que no creía que era un artista ni que la tierra podía emplearse como pintura. Sin embargo, advierto cierto desquite en su recuento. –Entonces alguien me dijo: vete para La Habana. Y vine en un tren con todas las obras, en un tren lechero (que para en todas las ciudades), con una ingeniera química que me acompañaba dispuesta a pelear porque aquello se aprobara, y las piezas viajaron en el baño del último coche escondido. Llegué a la capital y fui a marcas y patentes. Tenía la aspiración de que se aprobara como una invención técnica, para que fuera Cuba quien tuviera el honor de tener este invento. Fui al organismo correspondiente, que se llamaba entonces por siglas UNTEN, y allí estuvimos 20 días de búsqueda en los registros del mundo para ver si había algún invento semejante ya inscripto.

Efectivamente, continúa Ernesto explicando, la pintura de tierra no estaba registrada en ninguna parte. Era una invención original. Sin embargo, al final, una comisión me dijo que la técnica del pintor no supera la técnica actual: el óleo, la tempera y la acuarela. Y me agregaron: además, la opinión de los especialistas de la oficina no es la mejor acerca de tu pintura. Yo dije, entonces: me interesa mi obra, si el público me acepta, si no, ya sé que la técnica no es válida. Me dirigí al parque Lenin para montar mi exposición. Y allí fue donde se rompió la inercia, muchos videos de filmaron con mi primera obra.

–¿Qué exposiciones, finalmente, has realizado?. –Como 90 exposiciones personales. Y colectivas tengo 12. Desde el año 1978. He expuesto en el Capitolio Nacional, en el Parque Lenin, en los hoteles Neptuno, Nacional, Vedado, Habana Libre, Inglaterra, Palco, Aeropuerto José Martí, Pabellón Cuba, Expocuba, en varias embajadas en Cuba. En las galerías Víctor Manuel, en La Catedral de La Habana, la Diago. Museos: Arte colonial, Napoleónico, La Mina, Educación. Exposiciones permanentes: restaurante La Mina, Capitolio, hoteles Neptuno y Tritón, y el Vedado.

 –Cómo logras que la tierra sea pintura? –La tierra tiene un pigmento natural que es la oxidación de los minerales que contiene el suelo. Al hacer un proceso primario de lavado de la tierra, decantación, limpieza, purificación de ella, lógicamente esto se lleva a un grano deseado. Es roca, arena, arcilla, capa vegetal, micas y conchas. Ese es el suelo. Yo trabajo con todo lo que es el suelo. Me dicen el pintor de la tierra pero soy el pintor del suelo. Son todos los elementos que componen el suelo. Se lleva al grano deseado. Mediante molinos, tamices. Una vez que esta tierra pasa el proceso primario, pasa a un laboratorio artesanal donde ya dejan de trabajar los ayudantes conmigo y yo solo a esa alquimia muy propia, de aglutinar esos suelos, los mezclo con resina de diferentes árboles, el mineral que contiene, para obtener la coloración propia de su textura. Después los envaso en polvo ya procesados estéril o preparados líquidos. Y preservo los colores naturales. Mezclo los colores. Por ejemplo, el blanco y el rojo me da rozado, de acuerdo a los tonos. Los colores tierra. La tierra me permita una gama de 250 tonos de colores diferentes. El instituto de suelo de la construcción expone que yo no tengo la tercera parte, me falta la tercera parte de tonos diferentes. Que colores no están en el suelo. Todos están en el suelo. Si son rocas tengo que triturarlo. Es muy artesanal todo. Finalmente sale en forma de pintura de la tierra.

–¿Sobre que materiales se puede pintar? –Sobre madera, lienzo, cristal, cartulina, cartón, metal. Sobre plástico no puedo pintar. No es un buen soporte. Y se conservan las pinturas liquidas pueden estar cinco años envasadas. El polvo es eterno. La tierra tiene un fijador propio natural, ella no decolora nunca. El patio de su casa siempre tiene el mismo color, a no ser que te cambien el suelo. Y está a la intemperie.